Por Arturo M. Lozza
A medida que los adscriptos al pensamiento neoliberal, conservador o afines perciben que sus fortalezas electorales se deslizan hacia una derrota, sus maneras de reaccionar se van alejando de sus propios principios y van asumiendo actitudes menos reflexivas pero más autoritarias e intempestivas.
Cuanto más profunda es esa percepción de derrota en los marcos de una democracia que ellos mismos proclamaban, más lejos están de ella y más cerca están de hacer suyas las reacciones típicas del fascismo. Cada vez más esgrimen ocurrencias xenofóbicas, de segregación racial, y de admiración endiosada a la represión. La síntesis suele ser: “con los militares esto no pasaba”.
Muchos todavía recurren a esas maneras de responder ante algo que les desagrada. En lugar de reflexionar, de tratar de entender, de preguntarse por qué, de ayudar a que lo entiendan a través de la polémica con otras ideas, acuden a formas que denotan odio y resentimiento. Cuando esa es la reacción, lo fascista pasa a ser hegemónico en ese perfil. Les invade una hirviente sensación de rabia cuando alguien manifiesta ideas contrarias a la segregación racial o a la xenofobia, y en lugar de justificar sus concepciones con la altura que merece una discrepancia, para contestar no trepidan en acudir a bajezas y mentiras, achacándole al otro –o a la otra- supuestos comportamientos políticos “subversivos” y “corruptos”. La culpa siempre es del otro ¿Hay un parecido con Macri, no?
Recordemos que fue “el miedo a la democracia” lo que impulsó a las grandes corporaciones económicas, militares y jurídicas a respaldar a los “camisas negras” mussolinianos o a los nazis antisemitas de las cervecerías de Munich.
Los fachos suelen ser personalidades muy singulares: los pelitos de la piel se les erizan ante cualquier expresión de democracia, y terminan aceptando el tener un cerebro taponado por culturas discriminadoras y actúan en consecuencia. Así como impulsaron el golpismo contra Perón esgrimiendo el desprecio a los “cabecitas negras”, hoy apelan a la denuncia de los “negros de mierda” que se atreven a protestar.
Una mentalidad fascista odia al prójimo de una clase “inferior” cuando se niega a ser sumiso y obediente, pero necesita de ellos y se abusa de ellos si, por el contrario, aceptan ser sumisos y obedientes.
No soportan el “desorden” de los “negros de mierda”, y por eso aman muy profundamente el orden, el gatillo fácil, el que se eleven las penas contra los menores delincuentes a los que “hay que eliminar…”
Hasta los parientes que no comulgan con esas maneras, caen también bajo su guillotina de odio, odia a una tía, por ejemplo, porque no le dejó una herencia y, en cambio, se la dejó a “una sirvientita”, odio al kirchnerismo por supuesto, porque no reprime a los piqueteros, odio a los “zurdos”, a los gay…
Ese resentimiento, esa facilidad que tienen en largar falsedades e interjecciones despreciativas, hace arrogantes a los fascistas. Es que su impregnada cultura no les permite emitir juicios con algo de reflexión. No constatan sus dichos con la realidad, buscan el pelo en la sopa para largar veneno por doquier.
Y lo peor es que también lo derraman sobre lo más allegado que tienen, los hijos. Unas veces esos hijos mandan al diablo las ideas fachas, pero otras quedan prisioneros de ellas, porque además de la influencia del hogar, reciben una educación en esos institutos destinados a formar cuadros gerenciales para grandes empresas que, si son extranjeras, mejor, porque –como dicen los fascistas- los argentinos somos haraganes. Entiéndase bien: los argentinos, no los “porteños” que son muy superiores y que en su mayoría han votado por Macri porque al Jefe de Gobierno de la Ciudad le gusta –como a ellos- el orden, la represión y pertenece a ese elitismo de los que se creen superiores y aman lo privado frente a lo público, aman al dios Mercado, aman lo que venga del extranjero, siempre que no fuera de boliviano o paraguayo porque, en tales casos, ellos también son “negros de mierda” a los que hay que echar.
Haciendo memoria, recuerdo que en mi niñez los fachos gorilas y golpistas lanzaban su odio contra el “aluvión zoológico”. Los de hoy gritan lo mismo, con otras palabras pero con el mismo odio y rencor.
En fin, dos cosas deseo profundamente como porteño criado a tres cuadras del Obelisco: primero, que el “aluvión zoológico” sepulte en la soledad elitista y rabiosa a los fachos, y segundo, que ese 30 por ciento del electorado que aun votaría a Macri en la Ciudad de Buenos Aires den vuelta en su rumbo a la derecha y terminen derribando el muro de ladrillos fascistas que los separa de la realidad.
PERFILES FASCISTAS