martes, 27 de julio de 2010
TIEMPO DE MUJERES
Para el pueblo solo fue Evita, "la abanderada de los trabajadores" Para las mujeres de la época, fue, también, la mujer que por primera vez les confirió el derecho de votar. Nada más y nada menos que el derecho de la mujer al voto. A elegir. A participar.
Se rodeó de colaboradores y gozó con el poder. Hizo grandes cosas en el campo social y popular. llevó las mujeres a la producción y les dio herramientas para el goce, mar, montañas, colonias de veraneo, con aguinaldos y vacaciones, como había instituído Perón. Le agregó otras a su haber, de las cuales mas vale no acordarse, censura, aniquilamiento de medios de prensa independientes, persecuciones y despidos laborales a la oposición, clausura de claustros universitarios, y el insensato desparramo de egolatrías desparramar sin medida. Esas, entre otras barrabasadas de peso. Pero nunca estuvo en contra del pueblo. Nunca dijo una palabra a favor de la oligarquía. Para ella los apellidos tenían olor a bosta de vaca.
Vestida de Primera Dama o con su pelo al viento, siempre fue Evita. Paco Jamandreu, el modisto personal de Eva, le dio una estética, le armó el marco adecuado en su vestuario para sus discursos politicos, que la destacó en el mundo. Evita más allá de sus ropas era auténtica Amaba sus “grasitas” y odiaba la oligarquía. Cuando era Evita del pueblo, soltaba sus cabellos rubios y se vestía trajecitos sastre marca Jamandreu. Si era Primera Dama, el gran Paquito la vestía de lujos y brillantes, mientras le susurraba al oido - ser puto, pobre o ser Evita, es lo mismo, siempre discriminados y humillados por los que más tienen – .
Trabajó arduamente desde su fundación Eva Perón por los descamisados. El pueblo, un día, le reclamó que fuera su vice-presidenta, al lado de Perón, como correspondía. Pero una visita inoportuna le destruyó los sueños, el cáncer. Renunció a su candidatura.
La muerte se la llevó demasiado joven, demasiado impetuosa, demasiado mujer. Demasiado Eva.
El pueblo la lloró. La oligarquía festejó. "Viva el Cáncer" fue el grafiti de los oligarcas, "Evita el pueblo te llora" fue el de las masas.
Hoy la recordamos y en el balance de los hechos, con las obras de Evita ganó el pueblo y ganamos nosotras, las mujeres. Las que votamos. Las mismas que hoy protagonizamos un tiempo de mujeres.
sábado, 3 de julio de 2010
LA MAGA
Una madrugada de enero, los Trasnochadores del banco fueron protagonistas de un hecho que hubiera desvelado al habitante más osado que haya circulado por el barrio del Congreso en el mismísimo kilómetro cero de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Pero para entender lo sucedido, previamente hay que saber dos cosas: que en otras épocas, frente a ese banco en la Plaza de los Dos Congresos donde esperaban la madrugada los Trasnochadores, se encontraba la entonces Caja Nacional de Ahorro Postal con su Biblioteca, reducto del poeta Edgar Bayley, designado director del lugar ; y que los Trasnochadores del Banco no eran como otros seres nocturnos que esperaban el amanecer para volver a sus habitáculos sanos y salvos. No, no, estos trasnochadores aguardaban el amanecer celebrando el arte. Bebían en homenaje a la poesía, la música, el teatro, la danza, las artes plásticas, el canto, el cine y la palabra. Sobre todo, la palabra.
-- Mirá, Marta, allí está la ventana donde trabajaba Edgar Bayley. ¿Era tu suegro, no?
-- Osvaldo, por favor, no convoques, no juegues con el torturado espíritu de ese poeta-, pidió Marta.
Pero él hizo caso omiso de la súplica, levantó su botella de cerveza y, mirando a la ventana, comenzó a recitar La Avalancha , uno de los más bellos poemas del poeta:
que corran allá abajo las aguas turbulentas
quiero arraigar aquí en esta tierra
y tañer mi campana
buscando el celeste el bermellón
la escalera de mano que lleva hasta el altillo
la lluvia próxima
la habitación vacía
y el arroyo de donde llega el rumor de la avalancha
que corra allá abajo la claridad de las plantas
y se agite la cortina en la última pared
y sobre los techos aniden el colibrí y el tordo
éste es el mundo
a esta hora en que cae la noche
y crece la avalancha y el fragor de la luna
cuando lámparas y azaleas se encuentran y se huyen
se cierran las ventanas
y llaman a los niños dispersos por el parque
ésta es la hora
para el bermellón y el celeste
para el tordo y el colibrí
--Edgar, ¡cómo te cagaste en los puntos y comas, como Joyce! –exclamó Osvaldo para poner punto final al poema. Trató de mojarse los labios, y lanzó un gesto agrio al comprobar que la botella ya estaba vacía.
--Loca, ¿tenés un pesito? Se acabó la cerveza y quiero celebrar a tu suegro.
--Dejate de joder, parecés Tanguito… ¡Tomá y aguante la poesía!
Cuando Osvaldo regresó con tres botellas a cuestas, Marta sintió ese impulso por contar vínculos: --¿Sabían –dijo por fin- que Bayley fue el segundo marido de Matilde, mi suegra, concertista de piano y compositora de música dodecafónica? Ella estaba casada con un plástico de la época, Raúl Lozza, que derrumbó la pintura figurativa y creó las bases del arte concreto. Ese trío fue de nuestro palo. En los cuarenta –se entusiasmaba contando Marta- dieron vuelta al arte con sus vanguardias. Y en medio. hasta hubo una loca historia de amor. Matilde se enamoró perdidamente de Edgar y escaparon juntos…
--Pues entonces, Marta, vamos a dar vuelta la noche en honor a los artistas y las locuras de la trasgresión. ¡Salud! Brindo por los del cuarenta y el Arte Concreto.
Empinaron sendas botellas mientras la brisa filtraba por los corceles del monumento de la plaza. Hablaron de amores benditos y malditos, no sin antes atravesar los espacios de las divinidades paganas y de las noches trasfiguradas de Arnold Schönberg donde los conjuros a veces cristalizan. Bayley, que había muerto en cruel batalla con la cirrosis, escuchó su poema y con el brindis abandonó la prisión de metáforas, adjetivos y consonantes, se descolgó por la ventana, cruzó la calle Hipólito Irigoyen y se acercó al grupo. Le agradaron los desparpajos, las melenas, el banco de piedra tan frío y el olor de la cerveza. Para que ninguno se atreviera a sospechar que llegaba para apropiarse de la tercer cerveza, mostró una infaltable botella de whisky, el brebaje que había elegido para que lo acompañara en los instantes de creación. Se presentó y les propuso un brindis:--¡Por la poesía y mi cirrósis!-, susurró ronco y carraspeando. Lucía aun el bigote ancho, insolente, la barba recortada y teñida con el azulnegro de la noche.
Los Trasnochadores lo escucharon –y no lo dudan- cuando, envuelto en los delirios de la trasportación, dijo: --La que acá falta es la Maga , no se preocupen, pronto la verán.
Y asi como llegó, Edgar Bayley se fue remontando paredes. Si hasta les había golpeado su aliento agrio y picante.
--¿Que habrá querido decir?
--Es humor de fantasmas-, explicó Marta. Osvaldo empinó la botella.
Los trasnochadores advierten cada vez que cuentan la presencia de Edgar Bayley que, los que no quieran creer, que no crean. Pero lo cierto –aseguran- es que, efectivamente, esa noche de enero la Maga apareció por la vereda de la avenida Entre Ríos, posiblemente haya salido de la Biblioteca de la Caja o de la otra que está a dos cuadras, iba con el paso típico de toda maga que se precie de serlo, con pasitos gráciles pero firmes, mirando todo y a la vez sin ver a nadie, con figura frágil de cuarenta y nueve kilos y la incalculable edad de maga, ataviada con un hermosísimo vestido mexicano de mil volados y bordaduras que, seguramente, alguna descendiente del mejor artista de los aztecas, bordó exclusivamente para ella.
La conocían, era una figura tan familiar, tan de todos y a la vez de ninguno, porque la Maga era de la cultura universal, como la Beatrice del Dante. la Julieta de Skakespeare o la voz de Janis Joplin.
En una epoca, hace por lo menos cuarenta años, todas las mujeres querían ser La Maga. Todas querían poseer esa figura menuda, caminar por París y abrirse de piernas al amor y sentir en un beso la boca impregnada de pelos y babas, con ese sabor único que da el placer infinito del sexo, virtudes que Julio Cortázar le había concedido a los amores de la Maga.
Corrieron los Trasnochadores, se abalanzaron sobre ella, la invitaron a compartir la madrugada. Ella aceptó. Osvaldo le ofreció un buche de cerveza que ella rechazó elegantemente, porque, obvio, las magas solo beben pócimas mezcladas con la mejor champagna francesa.
Todos querían saber todo de la Maga , dónde, cómo, por qué, bajo que circunstancias ella conoció al tal Cortázar y bajo qué circunstancias fue que el escritor se inspiró en ella para crearla.
Un toquecito sintió Marta en su hombre, giró la cabeza y allí estaba el poeta escuchando. Luego tomó notas en un cuaderno. ¿Será que los poetas escriben sin necesitar la luz? En esa oportunidad de convocatoria, Bayley –que sabía quién era Marta- le explicó con un silencio que necesitaba
anonimato. Solo escuchar, apuntar en el cuaderno, que en ese instante no pretendía egolatría, ni siquiera la compañía de la cirrosis. La noche era única y bien podían esperar las elucubraciones acerca de qué esperar de poetas con ego.
La Maga, efectivamente, hizo revelaciones. Dijo que fue fruto de amores de conjuros en una noche de cábalas, que había nacido maga y con ese vestido impecable de mil volados, con sus prolijos zapatos blancos de tacones altísimos que –según confesó- a veces cambiaba por otros más bajitos, porque a las magas también les duelen los pies, sobre todo a ella que camina toda la noche. Contó, además, que solo se le permitía llevar una mochila donde portaba objetos terrenales que iba juntando de su convivencia con los humanos. Por ejemplo, contó que amaba los camisones y llevaba unos cuantos en su mochila, dijo también que le gustaba hacer regalos, y curiosamente, comer asado.
La Maga percibió la ansiedad del grupo y comenzó a narrar lo que todos querían escuchar, su encuentro con Cortázar. Fue –confesó- en una noche de neblinas parisinas que se cruzó con el escritor atravesando ambos el Jardín de las Tullerías. Cortázar le había preguntado en un perfecto francés “¿de qué país eres?”, ella le respondió también con su exquisito acento parisino (las magas dominan todos lo idiomas), que solo era una maga y que, por lo tanto, pertenecía a todos los lugares del mundo. Después, y sin mas, con una gentil inclinación de cabeza atravesó el Jardín de las Tullerías y desapareció por la niebla. Bayley escribía fervorosamente, no como periodista sino como escriben los poetas, casi en el aire.
Años después, en una escapada clandestina que hizo Cortázar a su amada Buenos Aires (ciudad que encontró devastada y sangrante), una fría noche de agosto la volvió a encontrar. La Maga estaba vestida igual, pero su mochila parecía más pesada, cargarla sobre los hombros le daba un aire más ausente todavía. Se saludaron. Tomaron un café (las magas aman el café) y ella le contó que en los años en que no se habían visto, su corazón de maga se había hecho añicos porque se enamoró y contrajo matrimonio por cuarenta días con un humano que solo jugó con sus sentimientos, contó que a raíz de tanto dolor perdió la sonrisa para siempre y que en cambio adquirió una afinadísima voz que le permite cantar cuando la convocan a reuniones donde prevalecen las charlas sobre arte, un don que le fue dado para paliar tanto desengaño.
Cortázar se emocionó con la historia, miró unos instantes al vacío, sonrió satisfecho con sus pensamientos, y luego tomando la pequeña mano de la maga, le susurro “prometo que nunca más vas a sufrir, te voy a convertir en un personaje tan famoso que todas las mujeres, en todas las épocas, van a querer ser la Maga ”. Se despidieron y jamás volvieron a verse.
Una madrugada, en los comienzos de los sesenta, precisamente en 1963, la Maga , deambulando por la calle Corrientes, escuchó en los bares, las confiterías y sobre todo en las mesas del café La Paz y en las salidas de los cines y teatros, que todas las mujeres hablaban con envidia del nuevo personaje de la novela recién editada por Julio Cortázar, Rayuela, cuyo personaje era la Maga.
Entró a una librería y metió un libro en su mochila. No lo compró porque las magas no manejan dinero y cuando necesitan algo se vuelven transparentes y lo toman. (No invisibles que para ellas es muy vulgar).
Allí se descubrió única. Era La Maga. Sonrío de nuevo. Desde ese día Rayuela está entre sus amadas pertenencias. La Maga recuperó su sonrisa y además conservó el otro don: jamás dejaría de cantar. Hoy se la puede encontrar en cuanto espacio cultural esté a su alcance, con su afinadísimo trino de zorzal, por supuesto, siempre y cuando sea una noche especial, donde confluyan Bayley y sus poemas, y los que celebran el arte con buches de cerveza en el banco de una plaza.
En aquella noche, el tiempo se colgó por instantes y luego volvió a la normalidad. La Maga había desaparecido, también Bayley con su cuaderno. Al poeta lo imaginaron trepando las paredes de la ex Caja peleándose con su yo y llamando a su amada Matilde para que le sostuviera la cirrosis que se hacía cada vez más insoportable por atrevida. De la Maga , ni un rastro, solo quedo colgando en la pesada atmósfera de enero su aroma de maga.
Osvaldo pidió, como pedía Tanguito, otro pesito para cerveza, y Marta cantó a Vinicius de Moraes en compás de bossa nova. Comenzaba el amanecer…
Doy fe que aquella noche existió, porque ninguno de los presentes, salvo yo, se dio cuenta que, sobre el pasto, muy cerca del banco de piedra frío, había quedado abandonada la botella de whisky vacíada por el poeta. Cuando el primer rayo de sol le dio de pleno, estalló en millones de partículas que se alejaron volando al cosmos.
Marta Morales
Sobre el autor de la novela "Rayuela, Julio Cortázar, cuyo personaje "La Maga", inspiró mi cuento publicado en este Blog
El autor de la novela, Julio Florencio Cortázar, nació el 26 de Agosto de 1914 en Bruselas, pero paso su infancia en Banfield (Argentina). Fue novelista y cuentista. En 1951 se traslado a París en una especie de exilio, donde trabajó como traductor independiente. Además de haber ganado un premio Novel con Rayuela (1963), también publico otras obras como Historias de cronopios y famas (1962), 62/ modelo para armar (1968). A finales de 1983 realizó un último viaje a su país de origen; en Buenos Aires fue recibido muy bien por sus compatriotas. El refinamiento literario de Julio Cortázar, sus lecturas casi inabarcables, su incesante fervor por la causa social, hacen de él una figura de deslumbrante riqueza, constituida por pasiones a veces encontradas, pero siempre asumidas con él mismo, genuino ardor. Julio Cortazar murió en 1984 pero su paso por el mundo seguirá suscitando el fervor de quienes conocieron su vida y su obra.
En el año 1963 se publica la “antinovela” Rayuela en Argentina.
El tema central de la obra Rayuela es la búsqueda del centro.
El protagonista es Horacio Oliveira, era argentino, intelectual. Vivió en Francia donde tuvo diferentes historias, otras costumbres con respecto a las de su país, se desestructura. Admira a la Maga pero a la vez la odia por tener mas imaginación que el. Es machista. Se ve también su parte estructurada que lo lleva a fracasar en su amor con Lucia, por culpa de su búsqueda de la perfección racional. Tuvo una historia amorosa en Francia con Pola. Es libre. Perteneció al Club de la Serpiente con quienes compartía el mismo objetivo, buscar el centro y encontrar amistades. Conoció a una clochard llamada Emmanuele, quien lo ayudo a ser mendigo por un tiempo; además tuvieron un encuentro sexual. Horacio rompe con los estereotipos clásicos, haciendo de su vida un juego constante. Es deportado de París hacia Argentina. A pesar de no ser escritor, se relaciona mucho con la literatura.
Elegí, entre las mujeres de Rayuela, a dos personas muy significativas en la vida de Horacio. Lucía, en Francia y Talita, mujer que conoce en su regreso a nuestro país. Ambas se complementan en la vida de Horacio, Talita tenía cosas que llenaban los huecos que había dejado La Maga
La Maga.
Era el amor de Oliveira, convivían en Francia. Algunos momentos que recordaba Horacio junto a la Maga por las calles de Paris: "...Comíamos hamburguers en Carrefour de l'Odeon, y nos íbamos en bicicleta a Montparnasse, a cualquier hotel, a cualquier almohada (...) conocíamos cada vez mejor la zona de baldíos (...) dejábamos las bicicletas en la calle y nos internábamos de a poco, parándonos a mirar el cielo porque esa es una de las pocas zonas de Paris donde el cielo vale mas que la tierra. Sentados en un montón de basuras nos sentábamos a fumar un rato, y la Maga me acariciaba el pelo o canturreaba melodías ni siquiera inventadas..." “...íbamos a los cines a ver películas mudas...”