Federico II fue un monarca absolutamente ligado a la ciencia y la astronomía. Renegó del catolicismo por considerarlo un bastión de ignorancia y retraso para los pueblos. En su lugar, construyó un bellos y casi esotérico castillo octogonal, del caul queda muy poco, solo la estructura exterior, que igual, es un testimonio fiel de este vanguardista de la edad media
"Ved la bestia que asciende del fondo del mar, la boca rebosante de blasfemias, garras de oso, furia de león y cuerpo de leopardo. Abre sus fauces vomitando injurias contra Dios". Así se refería el Papa Gregorio IX, en su encíclica De Mari, al Emperador excomulgado. De allí en más, Federico aceptó el desafío, ahora sí organizaría y comandaría "su" cruzada. Si reconquistaba Jerusalén para el orbe cristiano, el Pontífice sería derrotado y humillado, la unidad teocrática-política se restablecía. La lucha por la supremacía entre el Solio y el Trono había llegado al punto máximo.
Federico dirige una carta al rey de Inglaterra en la cual se refiere a la Iglesia "Paso en silencio las simonías, las múltiples e inauditas exacciones que los romanos ejercen sin cesar sobre sus gentes, sus usuras, de enormidad hasta ahora desconocidas; son insaciables sanguijuelas que, ahora, llevan su audacia temeraria hasta aspirar a los Imperios ". En el campo y las comunas, en el continente y el Mediterráneo, se jugaba el destino del Imperio.
Federico II, emperador italiano de un imperio germano, trajo de la lejana Alemania lo que consideraba le era más fiel: el Maestre Hermann de Salza (su amigo) y un contingente de Caballeros Teutónicos. En 1190, en un lazareto Para los cruzados heridos, había nacido la Orden Teutónica del Hospital de Nuestra Señora de Sión; al principio, la hermana menor de las otras dos grandes órdenes -Hospitalarios y Templarios- se había engrandecido rápidamente con sus posesiones y conquistas en Oriente y el este europeo. Sin embargo, por esta vez, los Caballeros embarcados con Federico no combatirían. No más de trescientos teutónicos y mil infantes, sólo una guardia imperial, llevó el Staufen consigo.
En cambio, le acompañaba un séquito impresionante de sabios, especialistas y diplomáticos. Bien dice Pierre Boullé que Federico no quería llegar con las fuerzas armadas, sino con la cultura. Era latino y gótico a la vez, esencialmente mediterráneo.
Los musulmanes tenían a su cabeza a un hombre de igual nivel que el monarca occidental, El Sultán Al Cámil era un político fino, inteligente,,, y culto.., que observaba el mismo desprecio que Federico por las cuestiones religiosas.
Desde el principio el Emperador, ya en Chipre, entró en negociaciones con el Sultán a través de sus respectivos hombres de confianza, Herman de Salza y Fach - er - Din. A fines de 1228 las negociaciones estaban trabadas por el juego de la Iglesia - el conflicto entre güelfos y gibelinos se trasladaba a Chipre y Oriente - y el emperador debía hacer un frente continuo a las querellas internas. Junto al partido güelfo de los Ibelin, se alineaban con el Papa, en la isla, los señores feudales de Oriente, y las Ordenes Hospitalaria y Templaria, rivales de la Teutónica.
Desde 1225, por casamiento con Isabel de Brienne, se había asegurado Federico ipso facto el reino franco de Jerusalén. Desembarcado en Acre, el Staufen acept6 la invitación de visitar "tierra infiel", verificando la magnificencia, adelanto y suntuosidad de la refinada civilización islámica. Los eventos políticos quedaron de lado y Federico y sus expertos se dedicaron minuciosamente a discutir sobre historia, álgebra y filosofía con los eruditos musulmanes. La afinidad y franca simpatía entre el "Emperador de los bárbaros" y el Sultán Al Carnil, de Egipto, pudieron encauzar las conversaciones en un clima de tolerancia religiosa. La sensatez y cordura de ambos monarcas pudo más que la insidia y, a despecho de sus pueblos que exigían un baño de sangre, llegaron a un acuerdo definitivo en Jaffa en febrero de 1229.
A cambio de un tratado comercial muy ventajoso, los musulmanes devolvían Jerusalén, Belén y Nazaret, el señorío de Torón en Galilea y el hinterland de Sidón, en Fenicia, al reino franco, es decir al Sacro Imperio Jerusalén era reconocida ciudad Santa Para los dos cultos, sometida a condominio confesional; los cristianos tenían el Santo Sepulcro y los musulmanes la mezquita de Omar y de Al-Aksa. Se firmaba, además, una tregua de diez años. Para justificar mejor esas concesiones ante los ojos de sus fieles, Al Cámil propuso a Federico poner al ejército cristiano en movimiento, con un acto de fuerza pour la gallerie. Para evitar una embarazosa situación -fuerzas cristianas al mando de un excomulgado- los caballeros e infantes fueron puestos a "las órdenes directas de Nuestro Señor Jesucristo", y el ejército se movilizó. Indudablemente, el Sultán y el Emperador eran dos de los mejores deportistas de la política que hayan existido.
Sin derramamiento de sangre, un monarca excomulgado le devolvía al occidente cristiano el objetivo de desvelos y muertes sin cuento. El Emperador Federico 11 confirmaba, una vez más, la justicia de su apodo, El Asombro del Mundo. Pero la Iglesia no quería Jerusalén, tenía otros planes para con Stupor Mundi.
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